rllr en pelota
"Están jugando con su mente. El tipo es una leyenda". Eso dijo David Ortiz sobre el incidente en el que Jorge Posada pidió salir de la alineación de los New York Yankees para no batear noveno. No entiendo qué habrá querido decir el Papi, pero a mi modo de ver, el preferir quedarse en el banco por considerar humillante el ser último del line-up es, cuando menos, una falta de respeto con el público y un acto de arrogancia injustificado. Quizás sea una leyenda, como dice Ortiz, pero por eso mismo le debe respeto a los fanáticos, a sus compañeros y a su manager. Lamentablemente, en los tiempos que corren, dirigir una equipo es una misión casi imposible, sobre todo cuando la mayoría de los subordinados duplican, triplican y más el salario del manager y se convierten en divas, más ocupados en las relaciones públicas que en el deporte. Posada es, junto a Derek Jeter, Mariano Rivera y Andy Pettitte, referente de toda una generación de la franquicia más famosa del mundo. Pero una cosa es que en atención a su historia se tengan ciertas consideraciones lógicas y otra muy distinta es que el hombre forme una perreta de niño malcriado, simplemente porque le toca batear noveno.
En primer lugar, debería dar las gracias al manager Joe Girardi por mantenerlo en la alineación, cuando su promedio está por debajo de la línea Mendoza y se poncha el 27.5 por ciento de sus turnos al bate. Posada está quizás en el peor momento de su carrera, que coincidentemente ocurre en su ocaso, por lo que resulta descabellado reclamar una responsabilidad mayor en una tanda en la que ni siquiera debería aparecer, al menos por el momento, hasta tanto logre hacer los ajustes que le permitan recuperar algo de lo que antaño fue.
Qué diferentes los tiempos a aquellos en los que el manager de los Boston Red Sox le ofreció a Ted Williams descansar el último día de la campaña para que asegurara terminar con .400 de average y el gran toletero le dijo: "Toda esa gente que está allá afuera pagó su entrada para verme, así que voy a jugar". Pero no sólo salió a jugar, sino que se entregó de cuerpo y alma y tras disparar seis hits en ocho turnos en el doble juego de la jornada, terminó con promedio de .406. Y ese sí que era una leyenda.
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