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lunes, 11 de enero de 2010

TREMENDA CARTA PARA SAMMY SOSA

Publicado por Jorge Morejon

Querido Sammy:

Quiero empezar esta carta agradeciéndote, pues llegué a este país en junio de 1998 y gracias a ti y a Mark McGwire pude olvidarme un poco de la nostalgia que me produjo salir de mi patria para iniciar una nueva vida en Estados Unidos. Salté de emoción cada vez que llevabas la pelota más allá de las cercas, y aunque quedaste segundo en aquella epopeya de los jonrones, fuiste mi ganador sentimental, por aquello de lo parecidos que somos todos los caribeños. Luego pasó lo que pasó y empezaron a salir a la luz desde rumores hasta hechos que implicaban a muchos de los grandes toleteros de los 90 e inicios de los 2000 en el uso de esteroides y otras sustancias para mejorar el rendimiento deportivo.

Fíjate que a los esteroides y otras sustancias no les pongo el apellido de prohibidos, ya que entonces, si bien su uso no era ético, tampoco era ilícito. Tu nombre y el de McGwire eran de los que más sonaban como posibles consumidores de esteroides u hormonas de crecimiento humano, y ante cada negativa de ambos, sus respectivas imágenes se deterioraban con la misma velocidad que se agigantaron en aquella gloriosa campaña de 1998. Ni siquiera cuando los dos comparecieron bajo juramento ante el Congreso aceptaron haber acudido a ayuda extra para ser mejores peloteros. Y cuando el pasado año se corrió la noticia de que tú estabas en la lista de los 103 jugadores que dieron positivo a un control antidopaje en el 2003, ni siquiera diste la cara para reconocerlo o desmentirlo.

Ahora el Big Mac, aunque tarde, acaba de hacer público lo que todos imaginaban y muchos de los que saltamos con los bambinazos de ambos esperamos que tú le sigas los pasos. Mira, mi Tigre, voy a decirte varias razones por las que, a pesar de todo, no debes sentirte mal. En primer lugar, si usaste esteroides en aquel entonces, lo hiciste cuando no estaba prohibido y muchos colegas también lo hicieron, aunque no todos -- o casi ninguno -- pudo batear la cantidad de jonrones que tú sumaste. En segundo lugar, tu generación de peloteros fue producto de unas circunstancias especiales que los sometió a una presión que los llevó a acudir a esos métodos, siendo ustedes los menos culpables. Que no me venga ahora el comisionado Bud Selig a dárselas de puro. Él necesitaba de ti y de McGwire para revivir un deporte que había quedado herido de muerte tras la huelga de 1994, y con tal de lograr su objetivo, miró a otro lado cuando los jonrones se pegaban con el bate y la jeringuilla.

Más culpa que los peloteros tienen los dueños de equipos, con esos salarios estratosféricos, muchas veces injustificados, que empezaron a pagar a cualquiera que les valiera para vender camisetas y otra mercadería. A la larga, fue una cadena de errores que involucró a todos los niveles y esferas del béisbol, incluidos a nosotros los periodistas, que muchas veces preferimos callar ante lo que era evidente. Pero escúchame bien, mi viejo Sammy. Un error lo comete cualquiera, pero sólo los hombres de verdad tienen el corazón lo suficientemente en el medio del pecho como para aceptar su responsabilidad. Mira, observa los hechos. Quienes han admitido haber usado esteroides, tales como Jason Giambi y Andy Pettitte, e incluso Alex Rodríguez, han recibido un perdón tácito a todos los niveles, principalmente del respetable público. Ahora, el Big Mac acaba de allanar un poco su camino hacia el Salón de la Fama.


Pero quienes insisten como tú en no dar la cara y admitir lo que es un secreto a voces, sólo se tiran lodo encima y levantan un muro cada vez más infranqueable alrededor de las puertas de Cooperstown. No estamos hablando de Rafael Palmeiro o de Manny Ramírez, que dieron positivo cuando ya era sancionado por las reglas de las Grandes Ligas. A éstos sí les costará mucho más el perdón. Tú eres del grupo anterior, de los que aún se pueden salvar del escarnio público mucho más fácil. Sammy, brother, saca el pecho con la misma fuerza con que le pegabas a la pelota. Pasa el trago amargo de una sola vez y verás que dormirás más tranquilo, sin cuestionamientos constantes que pongan en duda la clase de pelotero que fuiste. Recuerda lo que dijo Abraham Lincoln: "Se puede engañar a todo el mundo por un tiempo, o a alguien todo el tiempo, pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo". Sigue este humilde consejo de un admirador y cuando baje la marea descubrirás cómo perdiste tiempo al no haberlo hecho antes. Ah, y de paso, trata de convencer a Barry Bonds y a Roger Clemens para que hagan lo mismo. No vale la pena que tan ilustres carreras se embarren más de lo que ya están.

Un abrazo,
Jorge Morejón

ESPN.com

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