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viernes, 22 de enero de 2010

LA DOBLE MORAL DE LAS MAYORES

Dwight Gooden y Darryl Strawberry ORLANDO
En sus cuatro años en la papeleta de votación del Salón de la Fama del Béisbol, Mark McGwire nunca ha superado un 23,7% de aprobación por parte de la Asociación de Escritores de Béisbol de América, lo que se interpreta como un castigo al jonronero por supuestamente haber usado sustancias para mejorar el rendimiento, pese a que éstas no estaban explícitamente prohibidas por su deporte durante la época en que jugó.

Basándonos en el tratamiento que ha recibido McGwire en las votaciones para Cooperstown -- todas las elecciones se realizaron antes de que confesara que efectivamente usó esteroides, y el trato general que ha dispensado la sociedad norteamericana a probados y supuestos usuarios, es lógico suponer que algunos grandes de todos los tiempos, como Barry Bonds y Roger Clemens, tendrán un camino difícil para acceder al Salón de la Fama.

Es por eso que nos sorprende inmensamente que menos de un mes después de que la Unión Americana se escandalizara por la tardía y esperada admisión de "Big Mac", los Mets de Nueva York anuncien alegremente que Dwight Gooden y Darryl Strawberry fueron escogidos para ser exaltados al Salón de la Fama del club en una ceremonia pautada para el domingo 1 de agosto. Para los que no recuerdan, Gooden fue un extraordinario lanzador derecho. Fue elegido Novato del Año en 1984 y Cy Young en 1985 con los Mets, y en su carrera de 16 temporadas compiló marca de 194-112.
Strawberry, un poderoso bateador y buen jardinero, fue compañero de Gooden en los Mets de la década de 1980, cuando el club conquistó una Serie Mundial (1986), dos títulos divisionales y ganó al menos 90 partidos en cinco temporadas.

Solamente bateó para promedio de .259 en su carrera, pero despachó 335 jonrones y empujó exactamente 1.000 carreras en 17 temporadas y, al igual que Gooden, en un momento aparentaba que estaría entre los grandes de todos los tiempos al final de sus días como pelotero. Mientras los números de Gooden y Strawberry no alcanzaron los estándares de Cooperstown, sí son suficientes para estar en el Salón de la Fama de los equipos o las ciudades donde jugaron. Gooden y Strawberry son de los pocos peloteros que ganaron anillos de campeonato con los Mets y los Yankees de Nueva York.
Pero esos dos señores tienen un pintoresco historial lleno de mal comportamiento, adicción a las drogas (cocaína, marihuana, alcohol y otros alucinógenos) y cuestionable capacidad para tomar decisiones personales con efectos negativos directos sobre sus familias, colegas y empleadores.

Strawberry fue expulsado tres veces de Grandes Ligas por abusar los estupefacientes y ha pasado mucho tiempo de su vida adulta entre la corte y la cárcel por asuntos relacionados a drogas, violencia doméstica y mal comportamiento. Gooden llevó un patrón de conductua muy similar al de Strawberry. Desde su tercer año en Grandes Ligas (1986) acumuló una serie de suspensiones, detenciones y acusaciones por drogas, violencia doméstica, asalto a las autoridades, porte ilegal de armas de fuego, etc., etc.

No sé si es por mi origen (aborigen caribeño, bruto, ignorante, humilde e incivilizado), pero a veces me cuesta entender algunos aspectos de las grandes sociedades y para el caso, la súper desarrollada sociedad norteamericana. No pretendo comparar manzanas con peras, pero ya les advertí que mi pobre y deficiente formación no alcanza para decodificar un sistema tan perfecto y excelso.
Aquí dejan de llevar a Cooperstown a uno de los mejores intermedistas de todos los tiempos, Roberto Alomar, supuestamente por el gran pecado de escupir a un árbitro en 1996, pero tienen como paladines de la moral a tipos como Pat Robertson (el predicador evangélico que sugirió públicamente el asesinato de Hugo Chávez y más recientemente dijo que Haití se buscó el terremoto por tener un pacto con el diablo) y Rush Limbaugh (el comentarista "conservador" -- sustituya el ameno término por "racista", "intolerante", "agitador" y "extremista") que dijo que el actor Michael J.

Fox, a quien le diagnosticaron Mal de Parkinson, estaba exagerando los efectos de la enfermedad y actuando, y que Donovan McNabb no es tan bueno, pero que los medios exageran sus condiciones como mariscal de campo solamente porque el color de su piel. Mientras McGwire y los otros jugadores -- sospechosos o comprobados -- usuarios de sustancias para mejorar el desempeño en el terreno son retratados como discípulos de Atila, Hitler y Bin Laden, los adictos confesos a cocaína y marihuana son reconocidos por sus habilidades atléticas y musicales, los pedófilos cargan un aura de santos y los militantes de la supremacía blanca son elevados a la categoría de íconos legendarios.
Mientras a Tiger Woods lo crucifican por sus actividades extramaritales, a Bill Clinton le excusan y hasta le alaban por las mismas razones.

A McGwire se le reprocha no haber confesado en el Congreso de Estados Unidos en 2005, pero a George W. Bush le perdonan el pequeño desliz de solicitar al mismo organismo el permiso de una invasión a Irak para eliminar armas de destrucción masiva que solamente existían en su mente y en la agenda de los que fabrican armamentos (que sospechosamente son energúmenos cercanos al entorno de Bush). Barry Bonds enfrenta una condena por perjurio (lo acusan de mentirle al Congreso acerca de su probable uso de esteroides), pero Bush duerme tranquilo pese a que basó en una mentira la invasión y destrucción de una región considerada "cuna de la civilización humana". ¡Vaya burla!
Los méritos del peligro que representaba Saddam Hussein para el resto del planeta no se discuten, pero eso no cambia el hecho de que la invasión que se montó para sacarlo fue justificada a base de pruebas falsas, mentiras, perjurios.
 
Clinton y John F. Kennedy son dos de los presidentes estadounidenses más populares de todos los tiempos, pero eso no debería hacerlos más inocentes que Woods. Se supone que una sociedad imparcial debe medir a todos los componentes con la misma vara. Los esteroides son malos para la salud a largo y corto plazo, excepto cuando son la única solución para corregir deficiencias físicas, y es bueno erradicar su uso de todos los deportes, pero de ahí a convertir un ser humano en un paria por haberlos usado cuando no estaban explícitamente prohibidos por el béisbol es otra cosa.

Peor aún, la misma sociedad que nos quiere convencer de que un usuario (supuesto o comprobado) de esteroides es un ser despreciable, al mismo tiempo nos manda el mensaje de que usar cocaína, marihuana y armas ilegales y manejar ebrio, golpear hijos y esposas y atropellar a las autoridades no debería afectar el expediente de una celebridad para ser reconocida por otras habilidades. También nos dicen que otros comportamientos cuestionables son permitidos, depende de quién los practique.
En mi arcaico y atrasado país, República Dominicana, a eso le llaman doble moral.

ENRIQUE ROJAS ESPN.COM

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